domingo, 21 de febrero de 2010

¿Reivindicación de Andalucía Oriental por despecho?

Siempre he preferido que los pueblos se unan en proyectos comunes de desarrollo que anteponer las diferencias, que siempre las hay, como motivos para la divergencia. No hay nada más emocionante que participar en el proyecto de construcción europea desde la perspectiva de un español.  La integración en Europa nos ha dado una autoestima que perdimos en el paréntesis histórico de los 40 años de la dictadura; la posibilidad de integrarnos y decidir en el futuro incierto de toda Europa; el reconocimiento de parte de una historia común con otros pueblos de nuestro entorno geográfico.


Este modelo de construcción europea nos hubiera venido bien a los andaluces (en el sentido antiguo y genérico de la palabra: los habitantes del sur) en nuestro propio proceso de construcción de la Comunidad Autónoma de Andalucía, si no fuera porque los acontecimiento históricos tienen un orden cronológico irreversible. Nuestro proceso de unión de las dos Andalucías  (objetivamente conscientes todos los políticos de La Transición Española de esta dualidad respecto a realidad histórica, geográfica y social) fue, como poco, emocionante, y con seguridad ambicioso; un proceso en el que la Alta y Baja miraron más a lo común, que es mucho, que a las diferencias; durante el proceso de constitución regional (que por otra parte fue destrozada en la dictadura franquista) se intentó sumar a ciudadanos de dos espacios limítrofes para sumar esfuerzos y ganar en la dignidad (moral, económica y social) francamente perdida. Hasta aquí, personalmente, hubiera compartido el proyecto de Andalucía sin el más mínimo problema por ceder parte de mi legítimo poder de decisión al proyecto común.

Sin embargo, el proceso de construcción de Andalucía no se llevó con el respeto y garantías para las partes, en este símil que hago con el Europeo.  Es una obviedad decir que el proyecto europeo hubiera estallado en pedazos si alguno de los países participantes hubiera mostrado el más mínimo atisbo de predominio sobre los otros.  Aquí en Andalucía, eso es justo lo que ocurrió. Bajo el lema 'Andalucía es una' se esconde la anulación de una de la partes. Se pierde el respeto hacia la historia de cada una de las Andalucías. La construcción común está basada en la libertad de las partes, no en la imposición.

Con una retrospectiva de casi 30 años desde el primer Estatuto Andaluz, no cabe duda de que el proyecto común de las dos Andalucías ya no existe. No existe el respeto por la idiosincrasia, ni por la historia, ni por la cultura de la Alta Andalucía. Sevilla y su área de influencia se ha convertido en el nuevo centro económico y político sobre el que todo debe girar, desvertebrando la ya desvertebrada Andalucía que cogimos en la Transición Española. Lo que ha debido ser debate y acuerdo interno para mejorar Andalucía se ha convertido en fundamentalismo de los poderes políticos de la Junta de Sevilla hacia toda la Comunidad, imponiendo al más estilo 'señorito andaluz'. Un segundo Estatuto de 2007, que debió ser inteligencia (para exigir lo nuestro) y cemento (entre dos pueblos del Sur), se convirtió en una imposición demagógica de un partido político sobre los pueblos que gobierna, y que se da por satisfecho con un 63,72 % de abstención, y tan sólo con un voto afirmativo del 31,72 % de la población de toda Andalucía.

No es despecho, porque esta región de la Alta Andalucía o Andalucía Oriental siempre existió. Es un punto y final, un punto de inflexión en el proyecto común con la Baja Andalucía. Es la constancia tras casi 30 años de proyecto común de que se ha hecho desaparecer conscientemente y por interés una de las partes.

Ya ni tan siquiera se permite que se nombre en círculos políticos del parlamento andaluz la realidad de lo que queda y fue de 'El Reino de Granada'.

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